No hizo falta hacer mucha fuerza para que me embarcara en esta escapada. Así que hice mi maleta y dadas las fechas en Valencia (plenas fallas) me encaminé a Madrid a realizar una parada de dos días hasta que nos pusiéramos en marcha hacia la Ribera del Duero.
Con el AVE en hora y media me planté en Madrid el miércoles 17 de marzo a la hora de comer. ¡Bien!. Había quedado con mi amigo Miguel Ángel Almodovar que me hizo una propuesta difícil de descartar: comernos un cocido madrileño en Casa Carola. El local es muy casero, con mesas no muy separadas, con un olorcillo a cocido que te recibe ya a la entrada. Me dirigen hacia la mesa (mi compañero de comida aún no había llegado) y me dejan con unas banderillas, cebolla, pan y una copa de cava. Lo cierto es que les agradecí el detalle del cava aunque dada la comida que íbamos a tomar (como todos los demás comensales. Es la comida entre semana) no se si se avenía muy bien. Lo apuré mientras esperaba.
A los pocos minutos llegó Miguel Ángel y comenzó el espectáculo. Primero unas croquetas muy jugosas de restos de cocido que tragamos en un solo bocado. Para continuar un buen puchero de sopa de fideos de cocido: calentita, de las que reviven a un muerto (hacía un día feo feo: viento, lluvia, frío), suave de sabor. Había como para cinco personas pero nos pusimos no demasiada porque esperábamos el rey de la comida: el cocido. Y llegó. Una fuente con garbanzos (increíblemente suaves y tiernos), zanahorias, patata y alguna verdura más. Otra fuente con tocino (tierno y de suave sabor), jamón, gallina, jarrete, morcilla y chorizo. Junto a ellas un bol con tomate rallado con muchos cominos. Me explica que es para los garbanzos, para que no provoque los gases habituales. La mezcla es deliciosa. Lo cierto es que el cocido me sienta a las mil maravillas. Todo ello regado por un vino joven de Madrid, de la casa. Buen compañero del cocido.
Esa noche decido quedar con una amiga para cenar en su casa, tranquilamente: ibéricos, buenos quesos, tomate raf, ventresca, picos, acompañados por un vino de la Ribera Pago Senda Misa (goloso, redondo, elegante...).
Al día siguiente había quedado con mi amigo Jesús. Venía estresado y con poco apetito, cosas del trabajo. Le propuse ir a comer a El Olivar de Ayala sitio de tapeo andaluz en Madrid. El local es amplio y bien organizado. Hay varios espacios. Como llegamos pronto nos sentamos en la sala junto a la barra a tomarnos unas cañitas mientras hacíamos apetito. A los pocos minutos no me pude resistir a pedir un montadito de 'pringá'. La recuerdo de mis viajes a Andalucía: especie de paté realizado con los restos del cocido. Vienen dos bodadillitos bien rellenos. Nos los devoramos. Después pedimos unas anchoas (caseras, con un correcto desespinado, saladas -como deben ser-) sin adornos que anulen su agradable sabor a salazón. También pedimos un queso de cabra a la plancha con reducción e PX (¡tremendo!) y para rematar pluma con mojo picón (tierna y gustosa pluma de ibérico con unas patatas panaderas y con una salsa mojo picón bien picante. Delicioso plato).
Ya por la noche, nos dirigimos a La Gorda en el barrio de la Latina para probar la cocina chifa, una mezcla entre la cocina peruana y la china. El local es moderno, hermoso, bien decorado, con un ambiente muy cálido. Nos ubican en una mesa(las distancias son tremendamente pequeñas. Menos mal que no viene nadie a la mesa contigua y estamos algo más amplios), Como vino pedimos un Pétalos, vino de mencía el 2008 (Bierzo) vino cremoso, gustoso y bien integrado. Como aperitivo y detalle de la casa nos ponen un cuenco con maíz tostado de un tipo diferente al que solemos tomar. Están muy ricos. Como entrante pedimos un ceviche (que viene como un carpaccio) gustoso. También traen dos salsas que nos avisan pican ambas (una de ellas es tremendamente picante). Otro entrante son unas tiras como si fueran patatas fritas pero son de yuca acompañadas de salsas. Los platos fuertes son un pescado al papillote acompañado de verduras que salsean en el plato. Quienes lo comieron dijeron que estaba rico, aunque no era nada del otro mundo. Yo me pedí una hamburguesa a su estilo. Pensaba que era algo especial y me encontré con una hamburguesa, que estaba rica pero me decepcionó por lo normal del plato. Nos decepcionó por no encontrar originalidad. Como postre compartimos una tarta de chocolate.
Tal vez no acertamos en los platos. Vamos a pensar que fue eso. Ahora si, el local bien vale una visita.
Tal vez no acertamos en los platos. Vamos a pensar que fue eso. Ahora si, el local bien vale una visita.
Al día siguiente comienza nuestro vieja al encuentro de la Ribera del Duero. Después de unas horas de conducción y dado que era hora de comer. Después de varios intentos infructuosos, llegamos a las 16h al pueblo Carbonero el Mayor donde en el bar-restaurante Los Mellizos tienen a bien apiadarse y darnos de comer. Nos cantan el menú del día pero decidimos pedir de carta. Los primeros una sopa castellana que tenía un aspecto impecable y una menestra francamente deliciosa. Como segundos un cochinillo crujiente y sabroso y un solomillo de ternera impresionantemente grande (tierno, jugoso y en el punto que me gusta). No satisfechas nos pedimos un flan casero y un helado de piñones con chocolate negro (aún me relamo al recordarlo). Dado que estamos conduciendo nos conformamos con un par de cervezas.
Llegamos al pueblo Quintanilla de Onésimo, donde vamos a tener el campamento para movernos a visitar alguna bodega. El hotel es fantástico: a las orillas del Duero que pasa enorme, atronador y misterioso al lado de la Posada Fuente de la Aceña Duero y unas vistas impresionantes de un puente que tenemos a tiro de piedra.
Es hora de cenar y nos quedamos en el restaurante de la posada. El restaurante es elegante, con mesas bien vestidas y una distancia entre ellas impecable. Nos ponen un fantástico aceite portugués para juguetear con el pan y nos pedimos un Emilio Moro para que nos acompañe en la cena. Como detalle de la casa nos ponen una crema de setas con huevo de codorniz. Nos prepara las papilas y nos hace constatar que lo vamos a pasar bien en la cena. Como entrante compartido el plato estrella del viaje: unas mollejas con alcachofas. Gustoso, delicioso de sabor. Las alcachofas en dos texturas: como al vapor, tiernas sabrosas, y otras laminadas y asadas, crujientes. Ciertamente un plato diez. Como platos fuertes cochinillo y carrilleras. Ambos sabrosos, con sabores nada pesados pese a la contundencia de los platos. Por esta noche nos saltamos el postre.
A la mañana siguiente y después de un buen postre que contenía hasta churros y un bizcocho con aspecto de casero, nos dirigimos a la bodega Matarromera. En ella nos espera Ines y junto a un grupo reducido nos guía por la bodega: su elaboración, sus toneles, su cava 'sagrada' donde guardan distintas botellas de todas las añadas, las magnum y otras de mayor capacidad, botellas de la casa real y también las del dueño de las bodegas. Al terminar nos ameniza la visita con la cata de dos de sus vinos: Matarromera crianza y otro que no consigo recordar.
Salimos de la bodega y nos encaminamos a comer a un hostal de carretera. Ruidoso, repleto de gente pero nos sentamos y pedimos el menú de la casa. Tenemos sopa castellana, también menestra y ensaladas. De segundos chuletitas y otras carnes. Postres caseros pero no destacables y todo acompañado de cerveza.
Por la tarde vamos a la Bodega Arzuaga. Imponente construcción: hotel, spa, restaurante y bodegas. Nos perdemos y llegamos tarde a la visita. Aún así nos permiten sumarnos al grupo de visita pero no nos cobran (30€ por cabeza). Llegamos al final de la visita y estamos en un grupo de unas cuarenta personas. Nada de lo visto esta mañana. Al terminar, cada uno a su casa. Pues vaya.
Esa noche cenamos en nuestra Posada Fuente de la Aceña porque tenemos una cena menú de degustación contratada en el precio. Para comenzar un carpaccio de buey delicado y sabroso. Le siguen la crema de setas del día anterior pero esta vez con un huevo poché. Para continuar un pescado: filetes de lenguado con verduras y un fondo de crema. Realmente bueno pese a que el pescado está un poco fuerte. Como plato de carne un magret con una cobertura de frutas atemperadas. El contraste del magret con las fresas calientes está francamente bueno. Todos los platos los mojamos con Cruz de Alba del 2007, un ribera correcto y suave que acompaña sin imponerse. Como postre una cuajada con miel, frutas y nueces. Tremendo postre. Lo cierto es que el menú es fantástico pero vemos algo copiosos los platos para la longitud del mismo.
Al día siguiente nos ponemos en marcha de regreso a Madrid. Paramos en Segovia (¿cómo no?) para comer. Intentamos ir a uno de los más conocidos restaurantes pero claro, ya no quedan mesas. Por el camino nos encontramos con Casa Vicente un restaurante típico castellano, decorado con madera, manteles blancos y el olorcito de buen hacer en la cocina. De su extensa carta vemos un menú típico segoviano y nos lo quedamos. Vino de la casa y agua para regarlo. De primero una sopa castellana que nos hace volver a sonreír y a olvidar el cansancio. De segundo cochinillo. A la que escribe le toca un jamoncito. Crujiente, tierno, suave...rico rico. De postre, flan casero.
Buen viaje y buenos momentos. A repetir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario